Video: Un impulso utópico frente a la crisis ecosocial ¿Qué cultura necesita la generación de la emergencia climática?

En noviembre de 2020 se celebraba el XVII Seminario Respuestas desde la Comunicación y la Educación Ambiental al Cambio Climático coordinado desde el Centro Nacional de Educación ambiental CENEAM. Participamos con una ponencia titulada ¿Qué cultura necesita la generación de la emergencia climática? en ella reflexionamos sobre nuestro imaginario se ha ido poblando de imágenes negativas, distópicas y apocalípticas sobre el futuro. Y la importancia estratégica de elaborar relatos e imágenes de futuros alternativos, que alimenten nuestra esperanza y refuercen una determinada voluntad de transformación.

Además recomendar el conjunto de materiales y ponencias del seminario, que puuden encontrarse AQUÍ

Entrevistamos a Carolyn Steel, autora de «Ciudades Hambrientas»

Entrevista publicada en CTXT

Carolyn Steel (Londres, 1959) estudió arquitectura, pero pronto descubrió que su interés  no tenía que ver solo con los edificios, sino más bien “con cómo nos relacionamos con ellos”. Por ello, lleva años investigando la vida interior de las ciudades y tratando de desarrollar un enfoque del diseño urbano que tenga en cuenta las rutinas que dan forma a las urbes y la manera en que las habitamos.

En su búsqueda esta escritora y profesora –ha dirigido estudios de diseño en la London School of Economics, la London Metropolitan University y la Universidad de Cambridge– se preguntó un día cómo sería describir una ciudad desde el prisma de la comida. Y de esa interrogante nació Ciudades Hambrientas. Cómo el alimento moldea nuestras vidas, el libro que acaba de publicar en castellano Capitan Swing. Una obra que ella describe como su gran educación, la que cambió por completo la forma en que veía el mundo, la que le dió una mirada en la que la alimentación es central. “La comida da forma a todo y la manera en que comemos afecta a personas, animales, paisajes y ecosistemas que, a menudo, están a miles de kilómetros de distancia y son invisibles para nosotros”, es uno de sus credos.

Hoy la alimentación forma parte del debate público. La defensa de los espacios agrarios periurbanos, el crecimiento exponencial de la agricultura urbana, la proliferación de cooperativas de consumo agroecológicas, el aumento de los mercados de productores locales, la revalorización de los mercados de abastos y otras formas de expresión de los vínculos entre ciudad y alimentación no son fruto de una moda, sino el síntoma más visible de una disputa cultural, política y urbanística. Hace una década, cuando escribió Ciudades Hambrientas, esto no era así. ¿Qué le llevó a preocuparse por  los vínculos entre urbanismo y alimentación?

Es un poco como si me pidieran que explicara la historia de mi vida, así que aquí va: aproximadamente desde los ocho años quise ser arquitecta. Estudié arquitectura en la Universidad de Cambridge, y casi de inmediato, me di cuenta de que mi interés por la arquitectura no tenía que ver solo con los edificios, sino más bien con cómo nos relacionamos con ellos. Quería saber cómo se habitaban los edificios, cómo las personas vivían y se movían en ellos, cómo y dónde se realizaban actividades cotidianas como trabajar, socializar, comer, lavarse y dormir. Me sentía atraída por la separación entre lo público y lo privado dentro de los edificios y las formas en las que se entrelazaba.

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¿Sueñan las ciudades con huertas eléctricas? Granjas verticales, agricultura urbana y transiciones alimentarias

Artículo publicado en Revista Soberanía Alimentaria

La urbanista Carolyn Steel suele afirmar que, al igual que las personas, las ciudades son lo que comen. La profundidad de esta sencilla afirmación se desarrolla en su libro Ciudades hambrientas. Cómo la alimentación condiciona nuestras vidas (Capitán Swing, 2020), en el que rastrea la historia de las relaciones entre ciudad y alimentación, siguiendo a la comida desde que se produce hasta que llega a la ciudad, se comercializa, se prepara, se consume y deja de considerarse un alimento. De esta forma, se va visibilizando cómo la manera en que nos alimentamos ha condicionado la tipología de las viviendas, la morfología de las ciudades y hasta nuestra forma de habitarlas.

La ciudad es una memoria organizada, afirmaba la filósofa Hannah Arendt y, por tanto, hay que tener la sensibilidad, la paciencia y la capacidad para poder interpretarla. Lo podemos hacer gracias a planos y fotografías históricas, cuadros y novelas; al mismo soporte construido, con el trazado de las calles, la estructura de los espacios verdes o el origen del patrimonio edificado; y también gracias a elementos inmateriales como el folclore, las fiestas populares, la toponimia de algunas calles y plazas, la gastronomía tradicional… Son diversas huellas que nos permiten desvelar los cambios operados en el sistema alimentario y en las culturas alimentarias sobre las que se sostienen.

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Elogio de una juventud maltratada

Artículo publicado en EL DIARIO

Uno de los rasgos del primer ecologismo fue tratar de dar voz a las generaciones futuras que iban a heredar un planeta devastado. La fuerza narrativa de esta idea impregnó hasta la definición institucional del desarrollo sostenible, formulado a finales de los años ochenta en el Informe Brundtland, como la capacidad de satisfacer las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades.

Más allá del debate sobre las necesidades o sobre la escasa operatividad de un concepto que no quería ser incómodo, cuestionando la inviabilidad del modelo socioeconómico, resulta interesante y pertinente la apelación a una abstracta solidaridad intergeneracional. Y es que toda sociedad que pervive en el tiempo se sostiene sobre un pacto de este tipo, por el cual la población adulta cuida de la infancia y de las personas mayores. Un acuerdo tácito, no escrito, que en términos ideales se sustenta sobre las relaciones de reciprocidad entre grupos de edad a lo largo del tiempo. Y que en la práctica ha necesitado de múltiples arreglos institucionales como el sistema de pensiones o los servicios públicos especializados, a la vez que dejaba buena parte de la tarea recayera sobre los hombros de las mujeres.

En nuestras sociedades la juventud es la franja de edad que peor acomodo encuentra en este arreglo, demasiado mayores para transmitirnos la vulnerabilidad de la infancia y demasiado pequeños para incorporarse plenamente a una sociedad audultocéntrica. Ignorada y desatendida sistemáticamente, la juventud es ubicada en el punto ciego al que no llegan las políticas públicas.

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Ciudades hambrientas y urbanismo alimentario

Artículo publicado en EL DIARIO

El hambre ha vuelto a ser visible en nuestros entornos urbanos, y en muchos casos están siendo las despensas comunitarias y las redes de ayuda mutua vecinal quienes de forma ejemplarizante están garantizando el derecho a la alimentación ante la lentitud y pasividad institucional. En este artículo, mirando más allá de la evidente urgencia social y de la emergencia de respuestas a la misma que se está dando, queremos apuntar algunas reflexiones sobre la necesidad de repensar las relaciones entre urbanismo y alimentación a medio plazo. Si miramos a la ciudad con una perspectiva histórica, advertimos los sucesivos cambios tecnológicos, culturales y normativos que han sido necesarios para responder a las necesidades y reclamaciones de la población, asegurando una organización urbana suficientemente equilibrada para evitar un colapso o una Revuelta. En cada época el encaje de estas piezas ha definido las prioridades y valores de la sociedad.

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Depresión social, creatividad política y activismos

Artículo publicado en EL DIARIO

Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y las personas, al fin, se ven forzadas a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.» Este profético aviso lanzado por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista se ha vuelto tan vigente como hace siglo y medio. Durante esta larga pandemia hemos ido atravesando un carrusel de emociones, donde parece haberse ido imponiendo el desánimo y la tristeza.

La precarización, el aislamiento y la incertidumbre han aumentado de tal manera que no resulta exagerado plantear que vivimos una suerte de depresión social. Esta se traduce en la imposibilidad de proyectarse vitalmente hacia el futuro y en un creciente miedo hacia lo que está por venir. En términos médicos la depresión se entiende como una tristeza persistente y un fuerte desinterés por la vida, y suele ir acompañada de ansiedad, ese sentimiento de preocupación incontrolable sobre acontecimientos que suceden en nuestra vida.

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Comunidades sostenibles y agricultura urbana en tiempos de COVID19

Aprovechando el Día Europeo de las Comunidades Sostenibles desde la cooperativa Garúa hemos realizado unos encuentros on line. Aquí os comparto el video donde realizo un pequeño balance histórico, doy algunas claves para usar la agricultura urbana como una herramienta de dinamización comunitaria y resiliencia sociourbanística, así como el nuevo boom global al que se está dando tras la pandemia derivada de la COVID19.

Frente al colapso, una cultura con pájaros en la cabeza

 

 

 

 

 

 

Artículo publicado en EL DIARIO

Tras la pandemia se reabría el Gran Teatro Liceu de Barcelona con un concierto para más de dos mil plantas que ocupaban las butacas del anfiteatro y los tres pisos de balcones. Un cuarteto de cuerda interpretaba con total solemnidad la obra «Crisantemi» del italiano Giacomo Puccini para un público vegetal. Este poema visual fue concebido por el artista Eugenio Ampudia durante el confinamiento, mientras escuchaba a los pájaros y veía crecer a las plantas desde su balcón, como una fórmula para reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza.

Puede parecer una frivolidad pero el imprescindible cambio de valores y prácticas que requiere la transición ecosocial demanda de otra inteligencia, pero también de otras emociones. Y es que toda posibilidad de pilotar transiciones ecosociales de forma relativamente ordenada pasa por acelerar un enorme cambio antropológico, pues, más que tecnológico o normativo, a lo que nos enfrentamos es a un enorme desafío cultural. O lo que es lo mismo, a la necesidad de cambiar los imaginarios y los estilos de vida, replantearnos que es vivir bien o cuales son unas expectativas de futuro realistas en tiempos del Antropoceno.

Las políticas culturales deberían ser nucleares en este proceso de socializar nuevos conocimientos y sensibilidades que permitan a la ciudadanía comprender la encrucijada en la que nos encontramos, establecer complicidades con las rupturistas políticas públicas que necesitamos e imaginar futuros alternativos lo suficientemente seductores como para involucrarse personal y colectivamente en su construccción. Sigue leyendo

Apología de la utopía

Texto publicado en CTXT

Los mitos, los cuentos o las fábulas han sido durante milenios el principal método por el que nos comunicábamos. Así que no es de extrañar que nuestro cerebro se haya modelado mediante el arte de contar historias; algunos etnólogos y comunicadores defienden una influencia determinante de las narraciones en la evolución humana, apelan a que somos un Homo Narrans. Las historias nos permiten construir visiones compartidas de la realidad, consolidar o cuestionar creencias, y dotar de sentido a la vida; son uno de los mecanismos esenciales a través de los que la sociedad se representa, se cuenta y da cuenta de sí misma.

El poder de los relatos  y las ficciones

Hoy somos plenamente conscientes de que las ficciones nos entretienen, pero no tanto de que simultáneamente cumplen una función fabuladora: nos ayudan a comprender el mundo que nos rodea, suscitando curiosidad e interés por las temáticas de la vida cotidiana, y permitiéndonos reelaborar aquellas experiencias que son objeto de nuestras inversiones afectivas más intensas y fuente de nuestros comportamientos emotivos más profundos. Además las historias son una herramienta educativa que nos habilita para preservar, construir y reconstruir los imaginarios sociales; y fuente de socialización que alimenta nuestras conversaciones diarias.

En tiempos recientes la neurociencia ha demostrado científicamente el poder de los relatos, al ligarlos a las raíces de la emoción compartida y la empatía. Al escuchar historias la mente de quien narra y de quien escucha se sincronizan, activan las mismas áreas cerebrales; y lo que es más importante, no solo se activan en nuestro cerebro las áreas donde procesamos el lenguaje, sino también aquellas que usaríamos al experimentar en primera persona aquello que nos están contando. Mientras escuchamos relatos, de forma inconsciente, tratamos activamente de relacionarlos con nuestras propias vivencias. Frente a la mera transmisión de información, el cerebro adora los relatos porque no distingue del todo entre leer o escuchar atentamente una historia, y vivenciar dicha experiencia en la realidad. Sigue leyendo

Huertopía. La agricultura urbana y sus imaginarios en la ciencia ficción.

Artículo publicado en la Revista Ecología Política nº57

La agricultura urbana se ha convertido en un elemento estratégico para avanzar de forma práctica hacia una nueva cultura del territorio y abrir la discusión sobre la forma en que se van a alimentar las ciudades del futuro. Una actividad convertida en símbolo de las demandas de ecologizar y renaturalizar tanto los entornos urbanos como los imaginarios socioculturales. La huertopía (hortus y topos) reivindica que los huertos echen raíces en el corazón de las ciudades, ya sea en las descritas por la ciencia ficción o en las que habitamos.

Una ficción preocupada por echar raíces

Todo inicio tiene algo de arbitrario, pero podríamos empezar este recorrido recuperando la Utopía que escribió Thomas Moro en el siglo xvi, a caballo entre la desesperanza del inicio de los cercamientos de las tierras comunales y las ilusiones despertadas por el “descubrimiento del Nuevo Mundo”. Un relato crítico con su presente, que esbozó una sociedad alternativa en la que ciudad y campo se encontraban en armonía. En su obra, Moro contempló la necesidad de que todos los habitantes de estas ciudades autosuficientes conocieran de primera mano la actividad agraria: debían servir dos años trabajando en el campo, y contaban con huertos de autoconsumo en los patios de las viviendas urbanas para ejercer esta actividad de forma continuada a lo largo de su vida. Sigue leyendo