Texto publicado en la revista M21.
Agricultura y ciudad parecen hoy dos palabras contradictorias, cuando históricamente los asentamientos humanos se construyeron cerca de lugares donde el agua y la tierra de cultivo fuesen accesibles. El surgimiento de la ciudad industrial alimentó una ficticia independencia del suministro de alimentos de producción local y de la disponibilidad estacional, fomentando el progresivo distanciamiento físico y simbólico de los espacios agrícolas. Hemos enterrado esas raíces bajo el asfalto, hemos tratado de borrar esa memoria agraria y olvidar nuestra ecodependencia en nombre de la modernidad, pero cada año las fiestas de San Isidro nos recuerdan que tenemos a un agricultor como patrono de la ciudad.Hoy sabemos que la agricultura nunca desapareció del todo en Madrid, que hay una historia arrinconada en sus riberas, arrabales y solares. Un hilo invisible que a lo largo del tiempo conecta los principales episodios en los que movimientos sociales y comunidades locales volvieron a cultivar o soñaron con hacerlo. Idealizados o temidos, los huertos urbanos siempre se han desarrollado más cómodamente durante los tiempos convulsos que una vez recuperada la normalidad, cuando nuevamente eran desplazados a los rincones de la ciudad y olvidados por el planeamiento urbano. Tiempos revueltos y tiempos de revuelta marcan esta historia plagada de pedagogos, reformadores sociales, librepensadores, políticos, sindicalistas, artistas, movimientos contraculturales, ecologistas, vecinales… .
Un relato que iría desde el ancestral cultivo de las riberas del Manzanares a los proyectos nunca construidos de huertos obreros a principios del siglo pasado; del frustrado sueño de Arturo Soria en la Ciudad Lineal, en la que cada casa debía tener un huerto, a los primeros huertos escolares de la Institución Libre de Enseñanza, donde la democratización educativa se cruzaba con una profunda sensibilidad ambiental. Un itinerario que pasaría por las colectividades agrícolas en Moratalaz u Hortaleza o los huertos de emergencia durante la guerra civil, como el construido en el albero de la Plaza de Toros de Las Ventas; para dar con el sueño imposible de Falange de reconstruir una ciudad ruralizada durante los inicios de la dictadura o las huertas de supervivencia en las barriadas de chabolas de Vallecas u Orcasitas tras el éxodo rural. Terminaríamos hablando de los miles de huertos en precario censados en la periferia durante la crisis económica de los años ochenta y que desaparecieron sin dejar huella tras la expansión de la ciudad; y finalizar con el huerto plantado en la Puerta del Sol durante la acampada del 15M, que anunciaba la imparable proliferación de los huertos comunitarios durante los siguientes años. Sigue leyendo