
Escrito junto a Charo Morán en la Revista HARIAK
Ante situaciones de emergencia, la trama de la vida asume mayores riesgos y es capaz de experimentar de forma más audaz. Y si algo nos garantiza la crisis ecosocial, es que vamos a vivir tiempos de ruptura, donde las condiciones ambientales y económicas van a irse volviendo progresivamente hostiles. El escritor de ciencia ficción HG Wells solía decir que la civilización es una carrera entre la educación y la catástrofe. Así que necesitamos desplegar de forma acelerada una educación ecosocial integral capaz de prevenir la catástrofe y anticipar alternativas.
Más allá de las luchas en defensa de los sistemas educativos públicos, amenazados por procesos de privatización y mercantilización, existe una preocupación creciente e integral sobre el sentido de la acción educativa. Entendemos que la educación ecosocial puede servir como palanca para transformar la educación formal y expandir estas preocupaciones al conjunto de la sociedad, otorgando protagonismo pedagógico a otros actores como los movimientos sociales.
1 Del experimentalismo al corazón del sistema educativo.
Las innovaciones se dan en la periferia y los márgenes de la sociedad, más que en los rígidos y encorsetados entornos institucionalizados. Ahí disfrutan de un grado de libertad para experimentar y ensayar, destilar aprendizajes y sistematizar conocimientos. Una tarea que desemboca en el diseño de prototipos replicables y escalables, capaces de difundirse rápidamente y llegando a incorporarse a las políticas públicas.
A lo largo de nuestra historia, los procesos de renovación pedagógica y de ecologización del sistema educativo han avanzado junto a los procesos de democratización de la sociedad. Contextos en los que las reformas educativas coincidían con el desarrollo de horizontes transformadores que desbordaban el recinto de la escuela.
Recordemos el papel de la Institución Libre de Enseñanza en las décadas previas a la Segunda República, y sus innovaciones como el desarrollo del laicismo y el racionalismo, la educación infantil y secundaria, la supresión de los exámenes, la sustitución de los rígidos programas y los libros de texto por clases prácticas, los avances en coeducación… y la introducción de las cuestiones ambientales. De forma pionera incorporaron el contacto directo del alumnado con la naturaleza mediante clases experimentales, excursiones y acampadas, así como con la puesta en marcha de huertos escolares.
Medio siglo después, a la salida de la dictadura, los Movimientos de Renovación Pedagógica MRP reactualizaron los principios de la educación activa y cooperativa, introdujeron las propuestas educativas alternativas y sugerentes de la época, como Sumerhill o Barbiana, y abordaron debates como la desescolarización o la educación no directiva. En medio de esta efervescencia pedagógica, los MRP fueron también pioneros en la reintroducción de las cuestiones ecológicas en los centros escolares, siendo protagonistas destacados de la traducción a nuestro contexto de las corrientes internacionales que impulsaban la educación ambiental en esos años.
Un rasgo que comparten ambas experiencias es su preocupación por transformar los sistemas educativos de su tiempo. En ellas late una sensibilidad por la justicia social que resulta determinante a la hora de entender cómo las innovaciones deben trasladarse a la educación pública, logrando que las sean universalizables y lleguen al conjunto de la población. Este diálogo entre sociedad y escuela, entre experimentalismo e institucionalización, sigue siendo pertinente.
La democratización de la educación ecosocial supone integrarla de forma vertebral en la educación pública, de forma que tenga capacidad para revolucionar diversos aspectos de la vida escolar; a la vez que se va más allá del sistema educativo para convertirla en una herramienta capaz de ecologizar otras realidades como las familias, los movimientos sociales, los sindicatos, el cooperativismo o las empresas. Este proceso implica la necesidad de que la educación ecosocial dialogue y se enriquezca con otros campos del conocimiento: pedagogías críticas (comunidades de aprendizaje, aprendizaje cooperativo…), economía social y solidaria, arte y comunicación, ciencia y saberes tradicionales, mediación y gestión de conflictos socioambientales… .
A esto se añadiría la necesidad de entender y aprovechar los movimientos sociales como movimientos educativos. Además de porque realizan actividades formativas concretas y especializadas, sino porque la forma en la que se organizan, las relaciones sociales que se trenzan, cómo se gestionan los conflictos o circulan los saberes generados, son cuestiones educativas en sí mismas. La psicología nos enseña que muchas pautas de conducta no son fruto de decisiones conscientes e intencionales, sino que responden a cambios en los hábitos y procedimientos, que con el tiempo se vuelven consistentes en nuestra personalidad y forma de entender el mundo. Aunque parezca contraintuitivo puede que lo que más sensibilice sea la propia existencia de ecosistemas de prácticas alternativas, acciones o buenos ejemplos que muestran los cambios que queremos ver en el mundo.
2 Currículo ecosocial: ecologizar los contenidos y los procesos pedagógicos
En un contexto de crisis multidimensional (ecológica, social y económica) como el actual no podemos seguir promoviendo unos aprendizajes que han conformado una cultura biocida. El futuro va a ser diferente al presente, y también al pasado reciente. La educación ecosocial tendrá un papel central en esta nueva situación, no podemos encarar la tarea educativa como si nada fuera a cambiar.
Tendremos que preparar al alumnado para desenvolverse ante la incertidumbre, darles herramientas que les permitan adaptarse a los cambios por venir y que les motiven para ser agentes activos de cambio. Para ello tenemos que partir de un adecuado diagnóstico de la crisis civilizatoria, que capacite al alumnado en la resolución de problemas vinculados con sus entornos próximos, el desarrollo de la creatividad y la cooperación. Una apuesta por la justicia y la democracia será central para articular sociedades con capacidad para enfrentar estos desafíos y poner en el centro la sostenibilidad de la vida.
Todas las personas somos ecodependientes, nuestra supervivencia y bienestar está relacionada con los equilibrios de los ecosistemas. Dependemos de la fotosíntesis, la polinización y la regulación de los ciclos planetarios en mucho mayor medida que del centro comercial o de las redes sociales, aunque nuestra cultura nos lo oculte. Un aprendizaje fundamental será conocer y asumir los límites planetarios, obteniendo una mirada sistémica que nos permita repensar nuestra forma de estar en el mundo y desarrollarnos asumiendo las leyes de la biosfera.
También somos interdependientes, seres sociales necesitados de cuidados a lo largo de toda nuestra vida. En un mundo atravesado por grandes desigualdades, necesitamos equilibrar la corresponsabilidad de los cuidados, cultivar la empatía y promover la justicia social. Ser conscientes de que todo aquello que no es universalizable es un privilegio, y que, en un planeta con recursos y sumideros finitos, lo único justo es el reparto y una cultura de la suficiencia. Resulta probable que, ante los cambios que se avecinan, aumenten las situaciones de polarización y crispación, por lo que será central aprender a trabajar de forma colectiva y adquirir herramientas para la resolución de conflictos desde la noviolencia.
Tan importante como los contenidos son las metodologías que se utilizan en las aulas. Es fundamental que el alumnado se sienta partícipe de los aprendizajes y que pueda poner en marcha proyectos, experiencias y retos transformadores. Las aulas deben de ser un laboratorio de propuestas que articulen imaginarios posibles y deseables para aprender a vivir en armonía con la Tierra y con el resto de los seres vivos, humanos y no humanos.
La nueva ley educativa, LOMLOE, todavía en fase de desarrollo en su parte autonómica, supone un avance para poder desarrollar muchas de estas propuestas curriculares. Su principal carencia es la ausencia de una competencia ecosocial que transversalice y de centralidad a estos temas y, entre otras cuestiones, no partir de un adecuado diagnóstico de la crisis civilizatoria en la que nos encontramos.
Como apoyo para convertir esto en una realidad en los currículos educativos, desde FUHEM se ha realizado una extensa y detallada propuesta curricular de forma transversal desde infantil hasta bachillerato y formación profesional en las áreas de sociales, naturales y valores, y se están elaborando unidades didácticas para poder trabajar desde un enfoque ecosocial y de manera interdisciplinar en las aulas de ESO.
Por otro lado, el área de educación de Ecologistas en Acción junto con los Movimientos de Renovación Pedagógica, han diseñado una serie de cuadernillos didácticos que se estructuran a través de preguntas clave y que permiten aplicar el pensamiento crítico a los paradigmas desarrollistas y economicistas. Una forma de aprender a cuestionar e indagar aquello que nuestra cultura invisibiliza.
3 Habitar el cambio: ecologizar las escuelas.
Los contenidos curriculares y los procesos pedagógicos son centrales para promover una educación ecosocial, sin embargo se quedarán cortos si no somos capaces de desarrollar proyectos y experiencias significativas que partan de la vivencialidad, de la creatividad y que permitan al alumnado poner en práctica y experimentar la transición ecológica de una forma cotidiana.
Los comedores escolares constituyen un espacio educativo fundamental en torno a la alimentación. La aplicación de criterios saludables y sostenibles a los menús escolares, suponen experiencias valiosas centradas en un actividad indispensable, capaces de generarar aprendizajes significativos y cambios de hábitos. Los huertos escolares también posibilitan el desarrollo de procesos donde se hibridan lo teórico y lo práctico, lo lúdico y lo vivencial. Pero además, son una oportunidad para trabajar desde una mirada agroecológica, conectando desde la experiencia con problemáticas complejas como la soberanía alimentaria, la importancia de las variedades locales, el compostaje de residuos orgánicos o la promoción de una dieta de temporada y con baja huella de carbono.
Otra herramienta útil para aportar coherencia a estos procesos, serían las ecoauditorias escolares. Estas facilitan la ecologización de los centros y la mitigación del cambio climático a través de la aplicación de un plan de acción en el centro que conlleva medidas activas para el ahorro de recursos como agua y energía, o la instalación de renovables. Por otro lado, permite abordar la gestión de residuos más allá del reciclaje de envases y la utilización de contenedores de colores, promoviendo retos más ambiciosos que conduzcan a la reducción de basuras o plásticos, como el proyecto de Teachers for future ”Recreos residuo cero”.
Los centros educativos no están a salvo de los impactos del cambio climático, por lo que resulta necesario impulsar medidas de adaptación al incremento de temperaturas: toldos, persianas, el diseño de espacios sombreados y revegetación adaptada a las condiciones de la zona. Lo ideal es aumentar la resiliencia ante el cambio climático, con propuestas que a su vez no supongan un mayor consumo energético y el incremento de emisiones asociado.
Por otro lado, el consumo consciente y responsable debería ser una seña de identidad en los centros escolares, buscando la coherencia en la compra de material escolar y la organización de las actividades extraescolares aplicando criterios sostenibles y justos. Los centros pueden ser un motor de cambio apoyando iniciativas de la economía social y solidaria, funcionando de forma ejemplarizante para el conjunto de la comunidad educativa, especialmente hacia las familias.
Los patios de recreo han sido tradicionalmente pensados para su uso deportivo, mayoritariamente para la práctica de fútbol, lo que supone la cesión del espacio a un monocultivo cultural de juego, que arrincona a quienes no les gusta su práctica, especialmente niñas. Abordar cambios de rediseño en estos espacios, fomentando la participación sería importante para garantizar la atención a la diversidad y un uso equitativo del espacio.
Los centros educativos deben de estar abiertos e insertos en la vida de los barrios y pueblos donde se ubican. Los entornos escolares tienen un gran valor pedagógico, por lo que conviene disputar el espacio público circundante para su uso colectivo, reivindicando espacios verdes, la pacificación del tráfico, contando con itinerarios peatonales y disfrutando de iniciativas colectivas como los bicibuses. Tal y como vienen reivindicando movimientos como la Revuelta Escolar, la autonomía infantil supone un indicador de la habitabilidad de las ciudades para el conjunto de la población. Las calles nos ofrecen aprendizajes complementarios a lo que ocurre en el interior de los centros educativos.
En este sentido, es también importante desarrollar proyectos de centro y de aprendizaje servicio que permitan investigar e intervenir en los barrios fijando retos evaluables de mejora: poner en marcha una despensa solidaria, organizar un taller de reparación e intercambio de bicicletas, conformar una cooperativa de consumo… . La clave es convertir las escuelas en referentes del cambio social y de la puesta en marcha de alternativas transformadoras. En este sentido, iniciativas como Fridays for future o Madres por el clima resultan apoyos excepcionales.
4 Reconectar con la naturaleza
Igual que nadie echa de menos a un desconocido, no se puede amar y defender aquello que nos resulta ajeno. Hace unos años Richard Louv acuñó la idea del déficit de naturaleza, donde explica de forma muy convincente como nuestras sociedades padecen una creciente desconexión de la naturaleza, que se va convirtiendo más en una abstracción que en una realidad tangible donde hayamos tenido experiencias vitalmente significativas. No se puede entender la ecodependencia si no se ha experimentado vivencialmente.
Un distanciamiento que es cada vez más común entre todos los grupos de edad, pero que afecta especialmente a una infancia aquejada por la virtualización del ocio y las relaciones sociales, que difícilmente ha disfrutado de trepar y construir cabañas en los árboles, bañarse en ríos, cultivar un huerto, realizar acampadas o dormir bajo las estrellas.
La educación ecosocial no consistiría únicamente en transmitir nuevos conocimientos y habilidades, sino en cultivar una nueva sensibilidad hacia la naturaleza. Y es que más allá de lo racional, esta es una tarea en la que la dimensión emocional y las experiencias positivas en el medio natural son insustituibles. Una reconexión que tiene que ver tanto con un contacto más cotidiano con la naturaleza, como con el desarrollo de experiencias inmersivas.
Las Escuelas Bosque funcionan desde mediados del siglo pasado en Dinamarca, usando el bosque como recurso educativo para la infancia. Iniciativas reconocidas por el sistema educativo formal, que se realizan de forma casi exclusiva al aire libre, mayormente en bosques locales y grandes parques. Estas han sido muy exitosas para desarrollar entre la infancia una alta autoestima y confianza en sus propias capacidades, así como la habilidad de trabajar en grupos de manera efectiva y consolidar un fuerte apego hacia la naturaleza. El éxito del modelo se ha ido replicando en otros países, especialmente Reino Unido, donde se han conformado un modelo mixto, las escuelas forestales donde se compagina el acudir tres días al colegio y dos de asistencia al bosque como parte del plan de estudios escolar. El objetivo es incorporar a la experiencia educativa un reencuentro profundo con la naturaleza, donde vivenciar la interdependencia, la autorregulación y la capacidad para transformar el entorno de forma positiva.
Iniciativas que pueden parecer distantes geográficamente o imposibles de trasladar, de forma generalizada, a nuestro sistema educativo actualmente. Una forma sencilla de arrancar procesos y huir de la parálisis sería incorporando el cuidado de plantas en el interior de aulas y pasillos, así como con el desarrollo de proyectos integrales de huerto escolar. Aunque especialmente renaturalizando los patios escolares, incorporando espacios con árboles, plantas, agua y la presencia de elementos y construcciones que inviten al juego en equipo, a la cooperación y estimulen la imaginación a la hora del juego libre.
Ciudades como París o Barcelona se han implicado en planes orientados a convertir los patios escolares en refugios climáticos ante las olas de calor. El proceso de renaturalización incorpora componentes acuáticos como fuentes o estanques, además de elementos vegetales; de forma que sirvan para refrigerar el ambiente en las zonas más densas y compactas de la ciudad. Este rediseño se realiza mediante procesos participativos con la comunidad educativa y tejidos vecinales. Además se fomenta el uso de los patios como espacios públicos fuera del horario escolar, en fin de semana y en periodo de vacaciones escolares.
El déficit de naturaleza y el déficit de participación sociocomunitaria pueden abordarse de forma conjunta mediante la proliferación de iniciativas de aprendizaje servicio, que se ligaran a experiencias como la restauración ambiental, los huertos comunitarios o la jardinería vecinal, que permita desarrollar y cuidar zonas verdes de proximidad.
Estos cambios cotidianos deben complementarse con experiencias inmersivas en la naturaleza, que vayan evolucionando con la edad. Desde recurrentes excursiones de un día en primaria al bosque, la montaña, el río o el mar; viajes de varios días de convivencia en la naturaleza realizando actividades al aire libre; campamentos de verano; campos de trabajo ligados a experiencias agroecológicas; hasta grupos de senderismo ligados a las asociaciones de familias, que democraticen el acceso a estas experiencias.
5 Un aprendizaje que se anticipe al futuro
A finales de los años setenta, cuando se comenzó a percibir la crisis ecológica y los límites biofísicos que cuestionaban el vigente modelo de desarrollo, una de las principales preocupaciones fue cómo readaptar los sistemas educativos. Uno de los trabajos más sugerentes fue el Informe al Club de Roma Aprender, horizonte sin límites, que resumiendo mucho venía a plantear que el modelo convencional de aprendizaje de “mantenimiento”, útil para reproducir culturalmente una sociedad, no era funcional en un contexto de ruptura y discontinuidad histórica. Ante esto planteaba dos tipologías de aprendizaje que se consolidarían en el futuro: el aprendizaje por “shock” y el aprendizaje por “anticipación”.
- El aprendizaje por “shock” se sostiene en el impacto violento de los acontecimientos e implica adaptarse por la fuerza ante fenómenos drásticos, no deseados ni planificados.
- El aprendizaje por “anticipación” se basa en la capacidad para anticipar los problemas, consensuar definiciones de la realidad por venir e implementar soluciones, asumiendo nuestra responsabilidad y capacidad de influir en la creación de futuros posibles y deseables.
A la luz del presente, la educación ecosocial debería disponer de una doble agenda, capaz de integrar ambas aproximaciones en su agenda de trabajo dentro y fuera de la escuela. Disponer de la flexibilidad necesaria para intervenir y hacer pedagogía ante los recurrentes momentos de crisis que nos esperan en el futuro próximo, ofreciendo una reflexión sistémica que conecte acontecimientos y ayudando en la práctica a encarar estas situaciones. Pensemos en el protagonismo de las redes de ayuda mutua y cuidados surgidas al inicio de la pandemia. Aunque conviene ser conscientes de que este aprendizaje suele ser nostálgico y le cuesta consolidar las enseñanzas, ante la perspectiva latente de retornar lo antes posible a la situación de normalidad precedente. El principal riesgo es tratar de volver al pasado, evitando asumir la irreversibilidad de muchos de los cambios acontecidos.
Ante la evidencia de que no se puede improvisar una cultura alternativa, un nuevo modelo productivo o el despliegue de estilos de vida sostenibles y prosociales, la educación social asume la importancia que la mejor forma de anticipar el futuro es construirlo. Educar, convencer, concienciar y lograr persuadir para que la gente proceda a implicarse en los procesos de cambio que pueden evitar o minimizar las catástrofes futuras. Un elemento indispensable para fortalecer el aprendizaje por anticipación pasaría por disponer de diagnósticos fiables que permitan hacer pronósticos verosímiles y avalados científicamente. Estos escenarios de futuro deben de legitimar y dar proyección a las prácticas sociales alternativas y a las políticas públicas transformadoras.
Ivan Illich afirmaba que la escuela es la agencia de publicidad que te hace creer que necesitas la sociedad tal y cómo es. La educación ecosocial sería el proceso de socializar nuevos conocimientos y sensibilidades que permitan a la ciudadanía comprender la encrucijada en la que nos encontramos, establecer complicidades con las rupturistas políticas públicas que necesitamos e imaginar futuros alternativos lo suficientemente seductores como para involucrarse personal y colectivamente en su construcción. Una labor de traducción e intermediación entre ciencia, políticas públicas y acción comunitaria, que sirva de acelerador de los procesos de cambio y transición a nivel local. Hoy es el futuro.